martes, 27 de mayo de 2014


Elecciones internas: el imperio del “cheesy”

Por Pablo Ordóñez

Umberto Eco se introduce magistralmente en el estudio de la fealdad y sostiene que ésta debe ser definida a través de la belleza,  pero siempre teniendo en cuenta el momento histórico y las tendencias del momento.

Esto lo lleva a sostener –y lo comparto- que lo que hoy es considerado feo, pudo haber sido considerado bello hace unos años; o lo que en el pasado pudo ser considerado feo hoy puede ser una gran obra de arte.

Aquí entonces entro en el tema de lo que está pasando en la actual campaña electoral para las internas partidarias en Uruguay.
Valiéndonos de la explicación de Eco, casi todos los candidatos y sus asesores creen que lo que fue bello hace años hoy lo sigue siendo, y no se dan cuenta del paupérrimo y feo nivel de la “comunicación” electoral que están llevando adelante.

En primer término, los principales exponentes del “ladripublicismo” venden efectivamente, una vez más, el sofisma de que la campaña electoral es casi esencialmente una campaña publicitaria.

Pero como es temporada de caza de patos y zafra de planificación de medios y pingues ganancias (siempre que todos los candidatos paguen y no solo los que ganan…), esconden bajo los sillones todos los manuales que sostienen que la comunicación publicitaria y la comunicación corporativa o política no pueden ni deben tener el mismo tratamiento de los mensajes.



Hoy estamos enfrentados a una campaña electoral que los estadounidenses califican de “cheesy”. El término “cheesy” califica a  una cosa como ordinaria, vulgar, cursi y de baja calidad. Y sumado a esto, alguno de los spots son plagios o intentos fallidos de desmarque de lo habitual en estas contiendas.

Quizás la excepción sea parte de la campaña de Luis Lacalle Pou, con una propuesta algo diferente, más actual y con los mensajes adecuados para cada público destinatario. El haber versionado su jingle de campaña es una idea atractiva y al parecer rinde frutos.

Pero todos caen en desatinos propios de la improvisación, del manejo de la comunicación en manos inexpertas o ignorantes o amantes del bello de antaño, pero feo en hogaño.

Malgastando tinta y papel

La comunicación escrita de la campaña debe ser uno de los puntos más deficitarios y cuestionables de los distintos candidatos; ahora sí, sin excepción.

Y paso a justificar porque.

Varios expertos en psicología, sociología, epistemología y comunicación han profundizado en la capacidad que tienen las personas a la hora de recibir, retener y procesar mensajes de cualquier tipo y hasta la capacidad de olvidarlos.

El recientemente desaparecido siquiatra estadounidense William Glasser sostenía que aprendemos un 10% de lo que leemos, un 20% de los que oímos, un 30% de lo que vemos; un 50% de lo que vemos y oímos, el 70% de lo que discutimos con otras personas y el 80% de lo que experimentamos.

Y como si esto fuera poco, luego viene la posibilidad de olvidar lo que uno aprende.

El filósofo alemán Hermann Ebbinghaus estudió sobre la naturaleza del olvido de la información y la definió como una función exponencial.

Sostiene que luego de haber leído una información, se puede llegar a olvidar un 50% del texto un día después. Al segundo día lo que se recuerda no llega al 30% y a la semana la recordación de lo leído apenas es un 3%.

Ante esta evidencia yo me pregunto: a santo de qué todos los candidatos llenan páginas enteras de los diarios y librillos con propuestas temáticas que pocos leen y seguramente casi nadie recordará en breve.

Tienen como una manía o debilidad de querer exponer y comparar virilidades propositivas y decir “tengo propuestas que son más grandes y mejores de las tuyas”

Vemos con asombro (aunque los publicistas empujen a sus clientes candidatos a publicar, pagar y por ende facturar) páginas y páginas llenas de texto y en pequeños cuerpos de letra, unos bodoques ilegibles para cualquiera, incluso aquellos que puedan estar interesados.

Negocio para los medios, las agencias, las imprentas y poco rédito para sus promotores.

Me asalta el recuerdo del Dr. Enrique Tarigo, entonces director de El Día en su última etapa, masticando su puro, despotricando con los “bodoques” periodísticos o políticos como una práctica aberrante.

Perfume de palabras

En realidad, lo que denota esta proliferación de los mamotretos es la incapacidad de desmenuzar todos los mensajes que contienen una campaña política y hacer una selección adecuada de los mensajes clave o “ideas fuerza”.

Las “ideas fuerza” son la esencia de los mensajes. Como un perfume, que contiene toques y extractos de un gran cúmulo de elementos, que deben, en una sola acción, difundir el significado total de una fragancia.

Resulta incomprensible como la mayoría de los candidatos no logran sintetizar su pensamiento en frases coherentes con el todo de sus ideas, y que sean cortas y sencillas, memorables y fáciles de repetir. Y que además no admitan dos interpretaciones.

Apelan a letanías y textos interminables, a veces indescifrables para el votante común.

Una vez más un mantra que tenemos  y repetimos en Pensum: “el exceso de argumentación diluye el mensaje”.

Quizás muchos todavía creen en la antigüedad que la gente vota programas.

Lamento noticiarlos de que la gente vota, a lo sumo,  algunas ideas fuerza y candidatos. Y vota desde el individualismo metodológico de Weber: su interés común frente al interés general. Y hasta vota por identificación con determinados personajes. Y hasta castiga implacable los desaciertos. Así de simple. Y la última elección nacional fue una muestra cabal de esto.

Lo otro es una suma cero de esfuerzos. Y luego cuando pierden, viene la consabida frase: “No supimos comunicar bien nuestras propuestas”.

Esto viene ocurriendo desde 1984 hasta el presente, y la clase política, poco renovada y que se viene perpetuando desde ese entonces, salvo excepciones, se despacha cómoda en esa excusa.

Y como dice el humorista Chris Rock “ese tren siempre pasa en hora”. El 2 de junio será su próxima pasada.