Elecciones internas: el imperio del “cheesy”
Por Pablo Ordóñez
Umberto Eco se
introduce magistralmente en el estudio de la fealdad y sostiene que ésta debe
ser definida a través de la belleza,
pero siempre teniendo en cuenta el momento histórico y las tendencias
del momento.
Esto lo lleva a
sostener –y lo comparto- que lo que hoy es considerado feo, pudo haber
sido considerado bello hace unos años; o lo que en el pasado pudo ser
considerado feo hoy puede ser una gran obra de arte.
Aquí entonces
entro en el tema de lo que está pasando en la actual campaña electoral para las
internas partidarias en Uruguay.
Valiéndonos de la explicación de Eco, casi todos los candidatos y sus asesores creen que lo que fue bello hace años hoy lo sigue siendo, y no se dan cuenta del paupérrimo y feo nivel de la “comunicación” electoral que están llevando adelante.
Valiéndonos de la explicación de Eco, casi todos los candidatos y sus asesores creen que lo que fue bello hace años hoy lo sigue siendo, y no se dan cuenta del paupérrimo y feo nivel de la “comunicación” electoral que están llevando adelante.
En primer
término, los principales exponentes del “ladripublicismo” venden efectivamente,
una vez más, el sofisma de que la campaña electoral es casi esencialmente una
campaña publicitaria.
Pero como es
temporada de caza de patos y zafra de planificación de medios y pingues
ganancias (siempre que todos los candidatos paguen y no solo los que ganan…),
esconden bajo los sillones todos los manuales que sostienen que la comunicación
publicitaria y la comunicación corporativa o política no pueden ni deben tener
el mismo tratamiento de los mensajes.
Hoy estamos enfrentados a una campaña electoral que los estadounidenses califican de “cheesy”. El término “cheesy” califica a una cosa como ordinaria, vulgar, cursi y de baja calidad. Y sumado a esto, alguno de los spots son plagios o intentos fallidos de desmarque de lo habitual en estas contiendas.
Quizás la
excepción sea parte de la campaña de Luis Lacalle Pou, con una propuesta algo
diferente, más actual y con los mensajes adecuados para cada público
destinatario. El haber versionado su jingle de campaña es una idea atractiva y
al parecer rinde frutos.
Pero todos caen
en desatinos propios de la improvisación, del manejo de la comunicación en
manos inexpertas o ignorantes o amantes del bello de antaño, pero feo en hogaño.
Malgastando tinta y papel
La comunicación
escrita de la campaña debe ser uno de los puntos más deficitarios y
cuestionables de los distintos candidatos; ahora sí, sin excepción.
Y paso a
justificar porque.
Varios expertos
en psicología, sociología, epistemología y comunicación han profundizado en la
capacidad que tienen las personas a la hora de recibir, retener y procesar
mensajes de cualquier tipo y hasta la capacidad de olvidarlos.
El recientemente desaparecido siquiatra estadounidense William Glasser sostenía que aprendemos un 10% de lo que leemos, un 20% de los que oímos, un 30% de lo que vemos; un 50% de lo que vemos y oímos, el 70% de lo que discutimos con otras personas y el 80% de lo que experimentamos.
Y como si esto fuera poco, luego viene la posibilidad de olvidar lo que uno aprende.
El
filósofo alemán Hermann Ebbinghaus estudió sobre la naturaleza del olvido de la
información y la definió como una función exponencial.
Sostiene
que luego de haber leído una información, se puede llegar a olvidar un 50% del
texto un día después. Al segundo día lo que se recuerda no llega al 30% y a la
semana la recordación de lo leído apenas es un 3%.
Ante
esta evidencia yo me pregunto: a santo de qué todos los candidatos llenan
páginas enteras de los diarios y librillos con propuestas temáticas que pocos
leen y seguramente casi nadie recordará en breve.
Tienen
como una manía o debilidad de querer exponer y comparar virilidades
propositivas y decir “tengo propuestas que son más grandes y mejores de las
tuyas”
Vemos
con asombro (aunque los publicistas empujen a sus clientes candidatos a publicar,
pagar y por ende facturar) páginas y páginas llenas de texto y en pequeños cuerpos
de letra, unos bodoques ilegibles para cualquiera, incluso aquellos que puedan
estar interesados.
Negocio para los medios, las agencias, las imprentas y poco rédito para sus promotores.
Negocio para los medios, las agencias, las imprentas y poco rédito para sus promotores.
Me
asalta el recuerdo del Dr. Enrique Tarigo, entonces director de El Día en su
última etapa, masticando su puro, despotricando con los “bodoques” periodísticos
o políticos como una práctica aberrante.
Perfume de palabras
En
realidad, lo que denota esta proliferación de los mamotretos es la incapacidad
de desmenuzar todos los mensajes que contienen una campaña política y hacer una
selección adecuada de los mensajes clave o “ideas fuerza”.
Las
“ideas fuerza” son la esencia de los mensajes. Como un perfume, que contiene
toques y extractos de un gran cúmulo de elementos, que deben, en una sola
acción, difundir el significado total de una fragancia.
Resulta
incomprensible como la mayoría de los candidatos no logran sintetizar su
pensamiento en frases coherentes con el todo de sus ideas, y que sean cortas y
sencillas, memorables y fáciles de repetir. Y que además no admitan dos
interpretaciones.
Apelan a letanías y textos interminables, a veces indescifrables para el votante común.
Una vez más un mantra que tenemos y repetimos en Pensum: “el exceso de argumentación diluye el mensaje”.
Quizás muchos todavía creen en la antigüedad que la gente vota programas.
Lamento
noticiarlos de que la gente vota, a lo sumo,
algunas ideas fuerza y candidatos. Y vota desde el individualismo
metodológico de Weber: su interés común frente al interés general. Y hasta vota
por identificación con determinados personajes. Y hasta castiga implacable los
desaciertos. Así de simple. Y la última elección nacional fue una muestra cabal
de esto.
Lo
otro es una suma cero de esfuerzos. Y luego cuando pierden, viene la consabida
frase: “No supimos comunicar bien nuestras propuestas”.
Esto
viene ocurriendo desde 1984 hasta el presente, y la clase política, poco
renovada y que se viene perpetuando desde ese entonces, salvo excepciones, se
despacha cómoda en esa excusa.
Y
como dice el humorista Chris Rock “ese tren siempre pasa en hora”. El 2 de
junio será su próxima pasada.