miércoles, 25 de junio de 2008

No sólo de carisma vive un candidato

Por Pedro L.

En los últimos días y por distintos motivos he escuchado, visto y leído a Barack Obama y, sobre todo, he escuchado, visto y leído a propósito o sobre Barack Obama. “El fenómeno Obama”.

No me interesa en estos breves comentarios detenerme sobre muchos de los aspectos que lo ubicaron en el centro de la escena de su país y, por qué no, mundial (sucede que estamos hablando de un hombre con muchas posibilidades de ser el próximo presidente de los Estados Unidos).

Es muy interesante lo que se va conociendo sobre la forma en que Obama llevó adelante su campaña electoral, al punto de que habría instaurado una nueva forma de encarar los procesos de competencia político-electoral en los Estados Unidos, dejando atrás las ahora “viejas formas” de hacer campaña (para muchos el triunfo sobre Hillary Clinton fue eso, la imposición de una nueva fórmula sobre otra vieja).

Pero en todos los análisis se destaca, con mayor o menor precisión, que “el fenómeno Obama” tiene mucho que ver con las cualidades de comunicador del ahora candidato presidencial demócrata.

Empecemos por el principio. Obama tiene carisma, Obama es un líder carismático. Se trata de un atributo que no se compra en la farmacia, de un bien escaso cuya ausencia no es disimulable.

Ahora bien, Obama tiene carisma y lo sabe, pero no confía solamente en su carisma. Esta actitud, a mi juicio y mirando las cosas desde acá, quizás sea su principal atributo. No se trata principalmente de que tiene carisma sino de que lo tiene (“le sobra” dirían los muchachos) pero no se juega toda su suerte a ese don. Es inteligente y tiene talento, pero sabe que con eso solo no le alcanza.

Vengo de leer a Pablo y comparto mucho de lo que dice.

Tener carisma y ser candidato presidencial es para elegidos, para pocos, muy pocos, en cualquier país del mundo.

Estamos cansados de ver candidatos sin carisma, así como buenos dirigentes y cuadros políticos que ponen punto final por la vía rápida a su carrera al intentar ser candidatos presidenciales, cuando no tienen los atributos necesarios para una competencia de ese tipo.

Los discursos de Obama son, para el uso uruguayo, breves o muy breves.

Discursos de veinte minutos, armados por módulos o bloques temáticos, en los que plantea tres, cuatro o a lo sumo cinco temas. Por supuesto que bien hilvanados, evitando excesos de argumentación, con un mix que funciona entre la realidad y la propuesta, con los enganches o transiciones entre un bloque y otro muy bien hechos o resueltos.

Todavía no me puse a averiguarlo, pero estoy seguro que para cualquier candidato de estas latitudes es muy poco tiempo, que con un discurso de veinte minutos sentiría que le quedaron muchas cosas por decir, que desperdició la oportunidad, que parecerá que sabe poco o que no tiene propuestas.

Veamos. Veinte minutos bien utilizados es mucho tiempo. Si uno tiene los temas claros tiene que tener la capacidad de presentar uno o varios temas de forma atractiva en pocos minutos. No tiene por qué hablar de todos los temas.

Se supone que jerarquice, seleccione y se quede con aquéllos temas que le permitirán “conectar” mejor con los intereses de la gente. No todos los temas “valen” lo mismo y, por otro lado, la gente tampoco les dará la misma importancia. A la hora de seleccionar contenidos bien podríamos decir que un buen comunicador se destaca también por todo aquello que dejó en la papeleara y que sólo le habría agregado “ruido” a la comunicación, restándole eficacia.

La oportunidad no se desperdicia si la gente se va con dos o tres ideas fuerza, nada más, que son las que dibujan el perfil, la figura pública, del candidato. No se trata de tener o no tener propuestas (aunque en Uruguay más que las propuestas nos gustan los diagnósticos y poner nota a lo que hacen los demás).

Se trata de jerarquizar los temas (yo no quiero que un candidato presidencial me hable de cualquier cosa, quiero saber qué piensa de unos pocos temas importantes) de lograr buenas “traducciones” comunicacionales de los temas seleccionados, algunos complejos, y de ejecutar la faena comunicacional con eficacia.

Por supuesto que el carisma ayuda, pero el plus lo da el trabajo, la actitud de Obama. Nótese que buenos asesores comunicacionales deben haber varios en Estados Unidos, candidatos con el carisma de Obama seguramente muy pocos. La diferencia parece estar en la actitud del candidato carismático que se deja asesorar y potencia sus atributos por la vía de la eficacia comunicacional.

En Uruguay en poco tiempo estaremos metidos de lleno en la campaña político-electoral, corriendo un largo y tedioso proceso que desembocará a fines del año próximo en la elección de un nuevo presidente de la República.

Según las encuestas que se conocen por estos días, es una historia de final abierto y se podría hasta definir en segunda vuelta o balotaje. Un escenario de ese tipo nos llevará a dejar atrás algo que amenazó con convertirse en tradición: la ausencia de debates entres los candidatos presidenciales.

De la mano de la lógica de que el candidato que iba primero tenía más para perder que para ganar en un debate, asistimos al espectáculo de que el potencial ganador solo decía que NO a los retos permanentes para debatir de los demás candidatos, que intentaban apurar la suerte en un debate salvador. Este nuevo escenario obligaría a los potenciales presidentes a tomar el "riesgo" de aceptar debatir.

En los debates (quizás debamos hablar de él debate) veremos si los candidatos confían en su talento solamente o si se ayudan con la debida jerarquización de los temas, una adecuada traducción comunicacional y una eficaz -atractiva y comprensible- presentación de los mismos.

Ojalá que haya debate/s. Ojalá que los candidatos comuniquen eficazmente, con lo que no solo se estarán ayudando a si mismos sino también y fundamentalmente a los electores. Ojalá que el próximo presidente no se enoje con la gente si no entiende lo que es de su interés que comprenda.

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