martes, 1 de abril de 2008

Borrini, separa las aguas....

Por Pablo O.
Muchas veces los fotógrafos de sociales o nuestros propios clientes no entienden la razón por la cual a quienes integramos Pensum no nos gusta salir en fotos de eventos de nuestros clientes, ni ocupar espacios en los medios que naturalmente ellos deben ocupar .
En el ámbito local escuche muchas quejas y expresiones de fastidio de empresarios sobre algunos consultores que usan los eventos de sus clientes para la autopromoción y empujan fotos propias en los medios en deterimento de la presencia mediática de sus clientes.
Nuestra actitud no es un capricho ni una pose. Es una conducta que creemos que debe regir nuestra actividad.
Revisando algunos artículos o blogs sobre nuestra actividad encontramos uno en Adlatina.com de Alberto Borrini, maestro en esto de la comunicación corporativa, que explica mejor que nadie el punto. (Las negritas van por nuestra cuenta).
El caso Gaby Alvarez y la imagen de las RRPP
Una regla de oro del relacionismo, no sé si escrita, es que los profesionales no deben competir en los medios masivos con los clientes que los contratan precisamente con ese propósito. La suya debe ser una tarea discreta, silenciosa e invisible.
Esto con respecto a la mediatización voluntaria; ni hablar de la involuntaria, casi siempre negativa, que responde a problemas de conducta o de iniciativas de terceros que escapan al control del involucrado.
El relacionista es un gestor de prensa o de imagen, formado en la universidad como un ingeniero o un abogado. Es una persona de confianza de la gerencia general, especialista en una materia, la comunicación, que cada día cobra más y más importancia en la gestión empresarial.
El relacionista ni siquiera tiene el desahogo mediático de los publicitarios, cuyos nombres o el de sus agencias se imprimen en el orillo de los anuncios. Por esta razón, es difícil que un relacionista alcance el grado de conocimiento popular de un Ramiro Agulla, un Fernando Vega Olmos, un Ernesto Savaglio o de cualquiera de sus colegas más destacados.
Ya habrán adivinado que el motivo de este preámbulo es el resonante suceso delictivo que costó varias vidas y que tuvo como protagonista a "Gaby" Alvarez y su asistente, Ariel Coelho, gestores de prensa especializados en eventos y campañas de personajes del espectáculo, de quienes no tenía referencia alguna hasta que sus nombres aparecieron en la portada de los periódicos.
Naturalmente, cualquier profesional puede cometer un delito; los diarios presentarían entonces al involucrado en su carácter de abogado, ingeniero, publicitario o periodista. Pero los involucrados en la comunicación cargan con la mochila de prejuicios centenarios; publicitarios y relacionistas, sobre todo, pasaron por períodos de mala reputación, que estos últimos consiguieron neutralizar a partir de que sus carreras se convirtieran en disciplinas universitarias, y se desarrollaran profesionalmente.
¿Cuánto pudo haber influído en la imagen de la profesión el caso del "relacionista público" -así lo llamaron invariablemente todos los medios- "Gaby" Alvarez? Es cierto que su radio de acción difiere como el día y la noche del que es propio de los relacionistas empresariales. Pero eso no lo sabe, ni tiene obligación de averiguarlo, el público neófito.
No se trata de una simple división de aguas; la obsesión por figurar de cualquier manera en los medios, propia de los integrantes de la farándula, no se parece en nada a la paciente gestión para lograr una buena reputación que distingue a las empresas.
La primera debe germinar en días o no sirve; la segunda, por el contrario, requiere un trabajo a mediano o largo plazo.
El consultor farandulesco se mimetiza con sus clientes y opera con otras normas, otro estilo, otros horarios y otras tentaciones; algunas de las más graves afloraron entre las causas de la imperdonable imprudencia de Alvarez y su asistente.
Tan distintas son las características de ambas especialidades que, así como el relacionista empresarial se mantiene discretamente entre las bambalinas, el otro busca la fama tanto o más que sus clientes, y hasta se interpone en las fotos para lograrlo. El interrogante sobre la incidencia de sucesos negativos de este tipo en la imagen de las relaciones públicas no es fácil de responder.
Sólo habría que considerar el caso como un alerta profesional, un estímulo para continuar y reforzar la iniciativa de algunos miembros del Círculo de Profesionales, tendiente a alcanzar una mayor transparencia y comprensión de la actividad por parte no sólo de sus clientes sino también del público en general.
Cuánto más haga una profesión por explicarse y hacerse entender, más estará a salvo del rebote de episodios de la gravedad del que nos ocupa

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